María Carolina Sintura, Author at La Silla Vacía https://www.lasillavacia.com Wed, 20 Sep 2023 06:28:36 +0000 es-CO hourly 1 https://www.lasillavacia.com/wp-content/uploads/2023/01/cropped-favicon-silla-1-32x32.png María Carolina Sintura, Author at La Silla Vacía https://www.lasillavacia.com 32 32 223758139 Ser feminista y lamentar la muerte de Kobe Bryant https://www.lasillavacia.com/red-de-expertos/red-de-las-mujeres/ser-feminista-y-lamentar-la-muerte-de-kobe-bryant/ Mon, 27 Jan 2020 17:55:42 +0000 https://www.lasillavacia.com/ser-feminista-y-lamentar-la-muerte-de-kobe-bryant/

¿Hay una manera feminista de responder a la muerte de Kobe Bryant, una estrella mundial del deporte con un historial de abuso sexual? Sucede algo aterrador cuando el feminismo se vuelve dogma. No me canso de repetir que el feminismo es una ética y una práctica. Y como los seres humanos somos falibles, por mucho […]

The post Ser feminista y lamentar la muerte de Kobe Bryant appeared first on La Silla Vacía.

]]>

¿Hay una manera feminista de responder a la muerte de Kobe Bryant, una estrella mundial del deporte con un historial de abuso sexual?

Sucede algo aterrador cuando el feminismo se vuelve dogma. No me canso de repetir que el feminismo es una ética y una práctica. Y como los seres humanos somos falibles, por mucho que nos comprometamos con una ética y una práctica, fallaremos, flaquearemos y fracasaremos constantemente en cumplir con el ideal que esa ética nos demarca. Pero, además, seremos incapaces siquiera de definir las exigencias concretas de esa ética en todos y cada una de los dilemas que se nos puedan presentar, especialmente cuando ese estándar –es decir, el feminismo mismo como ética – se encuentra en constante desarrollo, movimiento, adaptación e iteración. Todo a lo cual se suma que el feminismo mismo tiene como uno de sus pilares la oposición a las categorías cerradas, a la binarización, a la imposición de jerarquías sobre la lógica de que alguien es inherentemente mejor que otro. 

Por todo esto es que todas las preguntas sobre si “se puede ser feminista y…” parten por su propia  naturaleza de una falacia: la idea de que el feminismo crea un nuevo centro (del que te pueden expulsar en cualquier momento) y por lo tanto unas nuevas márgenes, cuando en realidad el feminismo se opone a esa lógica del centro y la margen, de la identidad –es decir, de definir lo idéntico como aquello que pertenece y es como yo porque actúa igual que yo – y del “Otro” – que no es como yo y no actúa igual que yo y por lo tanto no pertenece. 

Todo lo anterior para decir, primero, que no es blanco o negro, que no hay respuesta del todo correcta ante la situación que se nos presenta a las feministas con la muerte de Kobe Bryant, una estrella mundial del deporte con un historial de abuso sexual. Y, segundo, que, en mi opinión, hacen mal quienes  asumen una posición al respecto para después condenar al exilio feminista a quienes asumen la posición contraria. 

Las minucias del caso en cuestión están disponibles en diversos medios digitales y dada la coyuntura no creo pertinente referirme a ellos cuando no es necesario para lo que quiero decir. Lo que sí es pertinente abordar en detalle son las muchas sensibilidades y dignidades en conflicto. Por un lado, la muerte de cualquier ser un humano en circunstancias accidentales es un hecho objetivamente lamentable. Mucho más cuando mueren él y su hija dejando a una familia destrozada y a una multitud de aficionados conmocionados por la pérdida de su ídolo. Por ese motivo, es evidentemente un momento absolutamente desafortunado para recordar pública y masivamente un episodio de este estilo en la vida del fallecido. Sin embargo, del otro lado están las sobrevivientes de abuso sexual que tienen que ver cómo una persona que ha cometido un acto del que ellas fueron víctimas recibe las alabanzas de una sociedad global en la que los hombres poderosos y famosos como él no suelen enfrentar consecuencias por los actos violentos que cometen. Y quiero precisar que me refiero a las víctimas de abusos en general y no únicamente a la mujer que tuvo que pasar por un acto sexual al que, en palabras del propio Bryant en las disculpas públicas que le ofreció en su momento, ella no consintió. Y es importante entender que este tipo de situaciones son potencialmente revictimizantes para todas las víctimas de situaciones similares (muchísimo más para la víctima específica en cuestión, por supuesto), por que son la muestra patente de que vivimos en un mundo y una sociedad que está dispuesta a mirar para otro lado cuando se cometen las violencias más atroces contra mujeres. Una sociedad en la que la fama, la reputación o las aptitudes particulares de un hombre son suficientes para darle la posibilidad de minar la dignidad más básica de una mujer sin tener que enfrentar consecuencias proporcionales por ello. Una sociedad en la que, tal y como sucedió en este caso en particular, la que recibe el escarnio masivo es la mujer que denuncia y no el hombre que comete la violación. 

Ante un dilema así, creo que es importante preguntarse cuál es el propósito de actuar de una manera o de otra (que es muy distinto de intentar discernir qué es “lo feminista” y qué lo que te cancela inmediatamente el documento de identidad feminista). Hubo feministas y aliados que, ante la cascada de expresiones de afecto y admiración por el jugador, se sintieron llamadas a recordarle al público doliente el que posiblemente sea el acto más oscuro cometido por su ídolo. Hubo también quienes expresaron públicamente que consideraban desatinado actuar de ese modo precisamente en el momento de una tragedia de esta escala. Y hubo un número sorprendente de personas que expresó afecto y admiración por él para luego enterarse de ese dato de su pasado que hasta ayer no conocían (lo cual, probablemente, confirma la necesidad de que el primer grupo exista) y proceder a radicalizarse en una de las primeras dos posiciones. Y estuvimos quienes, conociendo todos los matices de la controversia, guardamos silencio.

Como dije, no considero productivo procurar establecer quién actuó bien y quién actuó mal. Precisamente, porque el feminismo no es un dogma y no existe para separar a las justas de las pecadoras. Pero lo que sí nos ofrece son las herramientas para examinar nuestras motivaciones para actuar de uno u otro modo ante esta situación, y, sobre todo, sus efectos. 

Está clarísimo que el feminismo no es unívoco. Que, por el contrario, como proyecto ético y político, es múltiple y se alimenta de las muchas discusiones sobre cómo se debe propender por una transformación radical en las relaciones de género y la forma en que la sociedad concibe y trata a las personas históricamente oprimidas. Hoy en día, además, el feminismo es interseccional, es decir, las feministas procuramos entender (o si no por lo menos contemplar en nuestra visión del mundo) que la opresión en razón del género no existe de manera aislada y que históricamente se han configurado también opresiones en razón de la raza, la orientación sexual, la atipicidad cognitiva, la diversidad corporal, la nacionalidad, la clase económica, entre otras categorías. Y entendemos que las personas se ubican en niveles distintos de opresión y dominación en cada una de estas categorías, lo cual implica que cada persona ocupa una posición particular en cada uno de estos aspectos que se interceptan unos a otros y que cambian de una situación a otra. (Lo anterior no es un detalle menor cuando se tiene en cuenta que Bryant es un hombre de raza negra sobre quien recaen un cúmulo histórico y actual de prejuicios y discursos que hacen que su situación ante la acusación de abuso sexual tenga matices muy distintos de cuando se presenta la misma situación con un hombre blanco). 

Hablo de la multiplicidad del feminismo y de su carácter interseccional porque creo que solo desde ahí se pueden tomar los parámetros para hablar sobre las motivaciones y efectos de asumir una determinada actitud frente a la muerte de una celebridad con una acusación muy creíble de violación en su prontuario. Supongo que quienes se apresuraron a recordar los hechos del abuso lo hicieron con el ánimo de contrarrestar ese efecto de exaltación de una persona que representa para muchas un recordatorio de su propio sufrimiento y de la injusticia con que se trata a las víctimas de abuso. Pero si esa motivación va acompañada de un ánimo de venganza o ajusticiamiento (como creo que ocurre en más de una ocasión) se desvirtúa completamente este propósito pues lo que se está buscando es dañar a quien ya sufre (la familia, los amigos, los aficionados) y no, precisamente, acompañar a quien sufre pero por motivos distintos. 

Del otro lado, quienes han expresado su descontento con que se hable de este tema en el momento preciso de una tragedia, supongo que están contemplando como prioridad en este momento particular las necesidades de una familia y de una comunidad de aficionados que sufren una pérdida inconmesurable. Pero si al intentar conciliar su afecto por un ídolo mundial con los actos que cometió han intentado justificarse (diciendo, por ejemplo, que se vale hacer la de la vista gorda porque Bryant “indemnizó” a la mujer que lo acusó) antes que simplemente reconocer sus propias contradicciones internas como feministas, entonces están acudiendo a falacias dañinas para todo el movimiento que no tardan los verdaderos opositores en usar en nuestra contra. 

Eso sí, está claro que se paran en el mismo pedestal el fanático en total negación ante los actos cometidos por su ídolo y que propende por la total invisibilización de las sobrevivientes y de las injusticias de una sociedad y justicia patriarcales y la feminista que se solaza en cancelar a todo aquel que llora la muerte de su ídolo. Ambos comparten una incapacidad absoluta por contemplar la complejidad de los seres humanos y por cuestionar sus propias visiones y experiencias del mundo. También tienen en común que no contribuyen en absoluto a la causa que buscan defender. La admiración ciega saca al sujeto de su humanidad y, por lo tanto, no es admiración alguna sino deshumanización del ídolo. Y el feminismo como superioridad moral absoluta – como moralismo – restablece el pensamiento dogmático y las jerarquías que el feminismo mismo busca combatir. 

Y por último, a quienes guardamos silencio probablemente podrían recordarnos, desde cualquiera de las orillas, aquella frase que dice que quien calla ante una situación injusta se ha puesto del lado de los injustos. Ante este último grupo solo puedo decir que espero que el silencio sea un silencio reflexivo, un reconocimiento de contradicciones y conflictos propios, un auténtico reconocimiento de y empatía por todos sujetos involucrados. Y no un silencio perezoso, de ese que nos evita pensar y preocuparnos por lo realmente difícil. Ni un silencio indiferente, que nos haría doblemente canallas por ser incapaces de contemplar el dolor de otros, los de un lado y otro de la controversia, solo porque nos causa un dilema ante el que nos sentimos impotentes.

No soy quien para decidir cuál es la actitud apropiada en una situación tan compleja como la que se nos presenta. Yo misma he sido incapaz de formular para mí misma una opinión definitiva y es altamente probable que nunca lo logre. Pero sí puedo decir dos cosas. La primera, que no tiene sentido y nos aleja de cualquier motivación que pueda adjetivarse como feminista cualquier actitud que condene a quien no comparte nuestra decisión sobre cómo actuar sin ningún tipo de reflexión ni espacio para el disenso verdadero y la contradicción productiva; es decir, cualquier actitud que se cierre a establecer una jerarquía de mejores y peores reacciones y de revocatoria de la identidad o la autenticidad feminista de quienes se ubican en la orilla contraria. Y la segunda,  que lo que sí considero profundamente problemático y absolutamente contrario a cualquier práctica o ética feminista sería no sentirnos profundamente conflictuadas al asumir cualquiera de las posiciones posibles. Porque eso querría decir que en la búsqueda por empatizar con el sufrimiento de un grupo de personas, cualesquiera que estas sean, hemos perdido completamente la capacidad de empatizar con otras. 

The post Ser feminista y lamentar la muerte de Kobe Bryant appeared first on La Silla Vacía.

]]>
106258
El lenguaje de Toni Morrison https://www.lasillavacia.com/red-de-expertos/red-de-las-mujeres/el-lenguaje-de-toni-morrison/ Wed, 07 Aug 2019 01:26:08 +0000 https://www.lasillavacia.com/el-lenguaje-de-toni-morrison/

Toni Morrison, autora afroamericana, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1993, murió a sus 88 años el 5 de agosto de 2019. Su maestría crítica y literaria, y sus logros son de conocimiento público, aunque en Colombia y Latinoamérica poco se la reconoce. Pero esta columna habla de lo que significó para mí, una […]

The post El lenguaje de Toni Morrison appeared first on La Silla Vacía.

]]>

Toni Morrison, autora afroamericana, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1993, murió a sus 88 años el 5 de agosto de 2019. Su maestría crítica y literaria, y sus logros son de conocimiento público, aunque en Colombia y Latinoamérica poco se la reconoce. Pero esta columna habla de lo que significó para mí, una joven colombiana estudiante de literatura, descubrir sus novelas y con ello, a mí misma.

Tenía un texto preparado para esta columna que escribí, reescribí y edité varias veces en el transcurso de la semana pasada. Pero no es ese el que me dispongo a publicar. Me levanté esta mañana con la noticia de la muerte de Toni Morrison, una autora, a mi parecer, poco conocida en Colombia a pesar de tratarse de una de las más grandes de la literatura contemporánea. Por ese motivo, dudé sobre usar este espacio para hablar sobre ella. Al fin y al cabo, en un nicho tan especíifico como el de La Silla Llena, no sé a quien pueda interesar. Pero como ha hecho desde la primera vez que descubrí sus letras, Morrison me habla y me recuerda que si hay algo que uno necesita leer, entonces más le vale que lo escriba uno mismo. Y este, sin duda, es un texto que necesito leer porque no aguanta quedarse con los artículos reciclados y traducciones del cable noticioso escritos por periodistas hispanohablantes que, a lo sumo, han buscado su biografía en Wikipedia.

 

“If there’s a book that you want to read, but it hasn’t been written yet, then you must write it.”

? Toni Morrison

A Morrison se la lee poco en español y, sobre  todo, en Latinoamérica. Y lo sé, no solo porque, aunque literata de profesión y devoradora de novelas desde la infancia, tuve que irme a estudiar a Estados Unidos para finalmente descubrirla, sino porque sus obras en traducción a nuestra lengua solo se empezaron a reeditar en el 2016 y a comercializar en Colombia el año pasado. Una sorpresa para mí, y una pena absoluta, pues cuando la descubrí no pude evitar sentir que sus obras hablaban de mí, de habitar el mundo como mujer, de la forma en que crecí, de mi cultura, de ese supuesto “tercermundismo” que, en un mundo eurocéntrico, nos han enseñado a despreciar cuando es, en realidad, nuestro mayor tesoro cultural, creativo y emocional.

 

Mientras escribo, descubro que, quizás, esa es la verdadera intención de esta columna. Sé que la mayoría de artículos que hoy se publiquen en español sobre ella hablarán de que fue la primera mujer americana en ganar el Premio Nobel de Literatura, dirán que en su obra explora las tensiones raciales en Estados Unidos, que es la autora afroamericana más importante en la historia, las mil formas en que ha sido validada por esas medidas de valor supuestamente globales a las que estamos acostumbrados. Y lo que yo necesito leer (y por lo tanto lo que necesito escribir) es sobre lo que ha significado Toni Morrison para mí, como mujer, como estudiante, como colombiana, como latina.

 

Creo que una de las razones por las que una escritora tan grande, tan enorme como Toni Morrison no se lee en los colegios ni en las universidades del mundo hispanohablante (incluso cuando uno hace la carrera de Literatura), ni siquiera se la lee ampliamente entre los aficionados a la lectura es porque se cree que escribe exclusivamente sobre y para los afroamericanos. La otra razón, que evidentemente se intersecta con esta primera, es que se trata de una mujer negra y, claramente, de racismo y misoginia está repleto el canon literario. Pero incluso mientras progresamos (aunque siempre dando un paso adelante y luego dos atrás) en el asunto del canon, Morrison permanece injustamente en las sombras en la América hispanohablante.

 

Es cierto que todas sus obras de ficción y su obra crítica (tan amplia, profunda, y transgresora la primera como la segunda) tratan sobre la población afroamericana

y la propia Morrison reiteró en múltiples ocasiones que escribía para los afroamericanos. Pero cuando dice que escribe para las personas negras no quiere decir que escribe únicamente para ellos aunque, en un mundo racista, esta haya sido la interpretación cómoda y acomodada que se le dio a sus afirmaciones. Lo que quiere decir es que no escribe desde esa doble conciencia desde la que solemos escribir las personas racializadas, pensando siempre en lo que somos y lo que queremos decir mientras consideramos minuciosamente cómo seremos percibidos y leídos por un mundo en que lo blanco y lo europeo es considerado el estándar de lo bueno y lo bello. “No escribo con el crítico blanco al hombro, esperando que me apruebe” repitió ella en varias entrevistas. 

 

Morrison no escribe para un lector blanco, o para uno con una educación europeizada (o europeizante) como la que recibí yo tanto en el colegio como en la universidad en Colombia. Si no entiendes su lenguaje, las referencias culturales, sus discusiones sobre el pelo natural de las personas negras, sus disquisiciones sobre el colorismo, los asuntos de género entre la población afroamericana, pues allá tu. Lo buscas, lo aprendes y de paso empiezas a superar tu eurocentrismo. Y así me pasó a mí.

 

Llegué a estudiar mi maestría en una universidad de Estados Unidos de esas que salen en películas de Hollywood. La primera latina en el programa de posgrado del departamento de Literatura Anglo y una de dos que no tenían el inglés como lengua materna. Me van a decir (por que nunca faltan) o por lo menos pensarán (aunque no lo digan) que soy una presumida por hacer alarde de esta situación. Me vale. En primer lugar, son datos y no hay que darlos. Pero quiero darlos porque, en segundo lugar, con Morrison aprendí que la modestia es una prisión que el machismo y la misoginia construyó para nosotras las mujeres, sobre todo para aquellas que nos dedicamos a cultivar el intelecto.

 

Me presenté a la maestría con un proyecto sobre autoras inglesas del siglo XIX y la muestra escrita que envié como parte de mi postulación fue mi tesis de pregrado sobre Cumbres Borrascosas. Estaba convencida que mi as bajo la manga sería mi educación en un colegio británico, la dedicación con que había estudiado el medioevo, el siglo de oro español y las letras españolas y latinoamericanas contemporáneas del canon. Inocente de mí. Pero me perdono porque eso fue lo que me enseñaron: literario es lo que se hace en Europa o, por mucho, en Latinoamérica por los señores que vivieron allá (si, “boom latinoamericano”, estoy hablando de ti).

 

Rápidamente, me sentí perdida. Supe lo que era de verdad el síndrome del impostor. Mis compañeros, todos gringos, casi todos blancos,  me miraban con la condescendencia de quienes tienen la certeza de que uno es la “cuota diversa” de la promoción. Por primera vez en la vida me preguntaron que yo “qué era” (racialmente hablando) y tuve que preguntarme yo misma sobre mi raza, pregunta que, como mestiza en Colombia, jamás había tenido que hacerme. Nadando en aguas ajenas, ya no como el pez que siempre fui en Colombia, sino como un auténtico náufrago, estuve a punto de salirme, secarme, tirar la toalla y volver a la comodidad de mi país. Pero no exagero cuando digo que Toni Morrison me hundió, me sacudió, me hizo tragar agua y, con ello, me demostró que yo, desde siempre, sabía nadar en las aguas que me tocara.

 

Tomé un curso-seminario en el que leí sus 10 novelas y varios de sus ensayos. Recuerdo la dicha pero, más que todo, recuerdo la rabia de que no me la hubieran presentado antes. Me pareció y me sigue pareciendo inaudito haber pasado por más de 4 años de formación en estudios literarios y que ninguno de mis profesores la enseñara. Más tarde, al increparlos al respecto, la mayoría admitió que ni siquiera la conocía. Leyéndola caí en cuenta por primera vez de que en 4 años de carrera leí una cantidad irrisoria de autoras mujeres, por comparación a los hombres que tuvimos que leer. Fui consciente de que había leído un gran total de UNA mujer negra en todos esos años de estudios literarios. Y todo ello aun cuando mi interés por los asuntos de género y la literatura hecha por mujeres existía desde mucho antes de mi ingreso a la universidad.

 

Descubrí que todo lo que había querido saber y no sabía que quería aprender estaba contenido en sus obras. Me di cuenta que los temas sobre los que quería hablar y que quería tratar con mis amigas feministas en Colombia no tenía que buscarlos en la teoría crítica, porque están mucho mejor explicados en sus novelas. ¿La tiranía de los estándares de belleza? The Bluest Eye (traducida al español como Ojos Azules). ¿La amistad femenina, el deseo homoerótico y la rebeldía femenina? Sula. ¿Nuevas masculinidades? Song of Solomon (La canción de Solomón). ¿La relación madre–hija en un universo misógino y racista? Beloved. ¿El amor tóxico y patriarcal? Jazz. ¿La utopia distópica de un mundo sin varones? Paradise (Paraíso).  ¿El flagelo del patriarca idealizado? Love (El amor). ¿La vida como mujer joven en un mundo que cree haber superado el machismo y la misoginia? God Help the Child (aún sin traducción al español). Y sí, que nos ayuden Dios y Toni Morrison (que, para mí vienen siendo lo mismo)a las y los jóvenes de hoy que deberíamos estar leyéndola masivamente.

 

Con Morrison y por Morrison me interesé por lo estudios raciales, entendí finalmente qué significa el feminismo interseccional, cambié mi tesis de maestría y escribí sobre la única novela de Morrison que trascurre en el caribe, Tar Baby, esa que me hizo sentir que ella ya lo había dicho todo sobre las relaciones entre el norte y el sur del continente. Me presenté e ingresé al doctorado en literatura ya no en una universidad de película, sino en la universidad en que me dieron la certeza de que puedo escribir una disertación en mis términos, sobre quién soy y mi experiencia como latina en Estados Unidos, y sobre la literatura que me hunde, me sacude y me hace tragar agua.

“We die. That may be the meaning of life. But we do language, that may be the measure of our lives.”

En su discurso al recibir el premio Nobel de Literatura en 1993 Morrison dijo: “We die. That may be the meaning of life. But we do language, that may be the measure of our lives”. (“Morimos. Ese es, quizá, el significado de vivir. Pero hacemos lenguaje. Esa es, quizá, la medida de nuestras vidas” ). Que duela la muerte de una persona a quien uno conoce nada más que por sus letras, que se sienta esa pérdida aún ante la certeza de que esas letras la mantendrán viva para siempre, es la muestra palpable del poder infinito del lenguaje. Hasta pronto, Toni Morrison, gracias por hundirme en las profundidades de ese lenguaje (mío, femenino, feminista, latino, colombiano, plurilingüe y pluricultural) que no sabía que tenía y que sigo descubriendo para escribir mi libro, mi vida, ese libro de esa vida que yo necesito leer.

The post El lenguaje de Toni Morrison appeared first on La Silla Vacía.

]]>
115419