Con el llamado de Álvaro Uribe a no llamar a Petro neocomunista ni al Centro Democrático como la ultraderecha, el líder del Centro Democrático levantó ampolla en su propio partido. Rafael Nieto Loaiza dijo que la reunión de Petro y Uribe le pareció desafortunada, y que Uribe no debería ser el único líder de la colectividad. La división llega en un momento en el que el partido ha perdido fuerza en el Congreso: pasó de tener 52 curules en 2018 a 28 en 2022, y es, por ahora, el líder solitario de la oposición.

Mientras la derecha en Colombia pasa a la retaguardia, en otras partes del mundo, como Italia, llega al poder en una gran coalición de partidos, y en las contiendas electorales latinoamericanas, como en Brasil, sigue teniendo fuerza, como demostró el paso de Bolsonaro a segunda vuelta.

Para entender mejor la derecha colombiana, la Silla Académica entrevistó a Manuel Alejandro Rayran, profesor de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia y autor del artículo “El nacional-populismo y sus consecuencias en el orden internacional” y a Mauricio Jaramillo Jassir, profesor del Centro de Estudios Políticos e Internacionales de la Universidad del Rosario y autor del artículo “La desilusión democrática en la región andina”. 

LSA:

es La Silla Académica

M.J:

es Mauricio Jaramillo

M.R:

es Manuel Rayran

LSA:

¿Cuáles son las principales diferencias entre la derecha política en Colombia y las del resto del mundo?

M.J:

Mi impresión es que la izquierda y la derecha en Colombia se han organizado alrededor del conflicto, y eso crea una diferencia entre la derecha de este país con todas las demás. En países como Brasil, Perú o Bolivia, la gran diferencia entre izquierda y derecha es sobre qué tanto tiene que intervenir el Estado en la sociedad. La derecha busca que el Estado intervenga menos en el mercado, mientras que la izquierda busca un Estado más fuerte.

En Europa, adicional a esto, ambos grupos se dividen en torno a qué tanto debe pesar la integración europea, donde la posición de los extremos políticos, tanto de izquierda como derecha, es marcadamente antieuropea.

En Colombia, lo que identificó a la derecha es un discurso en el que el conflicto era leído como el producto de un Estado condescendiente, que permitió el crecimiento de las insurgencias. A lo que tradicionalmente ha propuesto una solución de mayor autoridad.

En eso se enmarcan políticas como el Plan Colombia, que buscaba compensar la debilidad de las Fuerzas Militares. En el contexto post-acuerdo, ese discurso se extiendió para decir que el Estado se entregó a la guerrilla, que era un acuerdo de impunidad. Álvaro Uribe fue el símbolo de esa derecha a comienzos del siglo XXI.

Es apenas ahora, con las elecciones de este año, que el conflicto dejó de ser el punto de atracción de las posiciones políticas en el país y, en ese sentido, la derecha empieza a parecerse más en su agenda a las derechas del resto del mundo, con una defensa provida, del porte de armas, la oposición a la eutanasia y el populismo punitivo. Es decir, estamos recortando la distancia con las derechas del mundo, y compartiendo temas más cercanos a los de políticos como Giorgia Meloni, en Italia.

M.R:

Ahora ya son más claros los puntos de convergencia entre la derecha colombiana y las del mundo. Uno de esos puntos es el orden público, y la idea de que muchos problemas sociales son realmente problemas de seguridad que se podrían resolver con penas más contundentes. Una postura que se suele ver en algunos políticos del Centro Democrático ante hechos de violencia que conmueven el país, por lo que cada tanto renace acá la idea de traer de vuelta la cadena perpetua, como ha pasado también en Polonia.

Otra postura en la que convergen es en cierto darwinismo social que fundamenta una idea de meritocracia en la que se defiende una superioridad de los que se esfuerzan mucho y producen riqueza vs. los que no trabajan. El famoso eslogan de “trabajen vagos”, que dijo la senadora uribista María Fernanda Cabal, resume esa postura. 

LSA:

Pero ahora que la figura de Álvaro Uribe ha perdido fuerza en la política nacional, ¿cómo creen que se reorganizará la derecha para no perder vigencia? 

M.J:

 Ya hay una derecha posturibista. El uribismo se debilitó mucho con el Gobierno de Iván Duque, pues en lugar de tomar cierta distancia frente a su gestión, cerró filas para protegerlo, y le faltó autocrítica, por lo que se terminaron quemando con su alta impopularidad.

Entonces, lo que está pasando es que la derecha se está reorganizando en tres frentes. Hoy hay un uribismo con nuevos liderazgos, que son Paloma Valencia y María Fernanda Cabal. Está una segunda derecha, que es el reencauche del movimiento de Salvación Nacional con Enrique Gómez Hurtado, que hoy mucha gente no se toma en serio, pero podría aprovechar precisamente la pérdida de terreno del uribismo para posicionarse como un nuevo rostro de la derecha.

Y hay una tercera opción, que está medio huérfana y no tiene un liderazgo claro, que es la libertaria. Por ahora un fenómeno supra-representado en redes sociales, pero que puede explotar en Colombia, como lo ha hecho en otros países, con la figura de Javier Milei en Argentina, por ejemplo, que desde 2021 es diputado de la Asamblea Nacional.  

M.R:

La derecha se va a reorganizar según qué tan ambiciosa o no resulte siendo la agenda de cambio de Gustavo Petro. Si no hace cambios profundos, podrá mantenerse en un lugar, como el que ha recomendado Álvaro Uribe, de una “oposición inteligente”. Pero si algunos de esos cambios resultan siendo sustanciales, como la reforma agraria o del sistema de salud, ahí va a encontrar motivos para apalancar una oposición más contundente.

De hecho, creo que es un tema como la tenencia y la distribución de la tierra lo que le puede dar motivos políticos a una derecha que se oponga a una redistribución drástica. Esa oposición ya la hemos visto en algunos discursos, como el de María Fernanda Cabal cuando dice: “yo quiero un campesino rico y no uno pauperizado”, y parte de la idea de que la tierra debería ser para quien la trabaja y la hace productiva, y no para grupos que no han trabajado para obtenerla o no pueden generar riqueza con ella.   

LSA:

Manuel, usted dice en su artículo que en los últimos diez años se está viendo una nueva oleada del nacionalismo. ¿Qué tanto pesa este fenómeno en las derechas contemporáneas de Colombia y el mundo? 

M.R:

 El nacionalismo aparece históricamente como una fuerza que toma más relevancia política cuando hay crisis en las democracias o en los sistemas políticos. Durante los últimos años, el fenómeno nacionalista ha reaparecido en el ajedrez político de los países tanto desarrollados como en vía de desarrollo, como respuesta a un Estado en crisis que no opera con tanto poder como antes, por cuenta de una pérdida paulatina de funciones producto de la globalización.

Eso se ve en el norte en distintos e innegables frentes: la fuerza que todavía tiene Donald Trump en los Estados Unidos, y el liderazgo en Europa de figuras como Boris Johnson y Nigel Farage, líderes del Brexit. Geert Wilders en los Países Bajos, Marine Le Pen en Francia, el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, Beata Szydlo en Polonia, y ahora la recién llegada al poder Giorgia Meloni, en Italia, que viene de un movimiento de seguidores del fascista Benito Mussolini.

Todos estos movimientos tienen en común una legitimación de un pasado que era mejor, y que justifica una crítica a los comportamientos de las sociedades en el presente. La crítica a la cultura “woke” y a todas las formas diversas de identidades sexuales se anclan precisamente en esa idea de que eso no ocurría en el pasado, que era mejor, y los pone en una posición de victimismo frente a oleadas de opinión que no comparten, como el feminismo.

Aunque más que solamente una tendencia que favorece a la derecha, también ha favorecido a los nacionalismos de izquierda. Desde 1980 hasta 2017, los movimientos y partidos nacional-populistas de ambos extremos han recibido mayor apoyo en Europa. De las 7.843 curules, que fueron el total de las sillas parlamentarias a conquistar durante las últimas elecciones de los treinta y tres países europeos analizados, 1.372, es decir el 17,5 por ciento, han sido conquistadas por estos partidos, con un total de 55.8 millones de votos. 

M.J:

Pero sobre el nacionalismo sí creo que existen todavía diferencias importantes entre las derechas del norte y las de América Latina. El nacionalismo de Estados Unidos y el de Europa todavía preservan muchos elementos del discurso de la nación verdadera, y a eso se suma un etnonacionalismo, que dice que ellos están rodeados de otros grupos identitarios que han ayudado a que se pierdan los valores originales, y hay que volver a ellos. El MAGA (Make America Great Again) de Trump es precisamente eso.

En América Latina eso no tiene sentido porque la retórica histórica de la derecha, sobre todo en Colombia, ha usado la idea de la hispanidad. Ese, por ejemplo, era el discurso de Álvaro Gómez Hurtado de que América Latina es el continente del mestizaje, donde los negros fueron incorporados. Creen un poco en el mito de “La Malinche”, la indígena nahua que se habría casado con el conquistador Hernán Cortés y que fue usada como símbolo de la nación mestiza mexicana.

Pero eso no es nacionalismo, eso es hispanidad. Se parece más a la idea de iberósfera de Vox, el partido conservador y nacionalista español, que aboga por los valores hispanos, pero no a una idea de superioridad de las identidades culturales latinoamericanas.

En contraposición, la izquierda le apunta a un discurso de que en América Latina no hubo mestizaje, o fue fallido. Cuando el presidente de México, López Obrador, le pidió al rey de España que reconociera los atropellos de la Conquista y pidiera perdón por ellos, eso es una típica reivindicación de la izquierda, aunque no encontrara tantos ecos en otros líderes regionales.   

LSA:

Manuel, otro argumento que dice en su artículo es que la creciente desigualdad económica en países desarrollados se ha convertido en un motivo para fortalecer a las derechas. ¿Cómo se explica esto?

M.R:

En el siglo XXI, el fenómeno nacional-populista brotó nuevamente con el objetivo de romper el pensamiento económico hegemónico que se estableció desde que Estados Unidos pasó a ser una hiperpotencia, basado en el neoliberalismo. Ese discurso empezó a hacer aguas, cuando la situación económica de Estados Unidos, especialmente con la crisis económica de 2008, mostró que la distribución de la riqueza inequitativa aumentó en ese país.

Esto se evidencia con el coeficiente Gini, que para 2017 fue en Estados Unidos el más alto de los países desarrollados que pertenecen a la Organización de Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde) con un 0,48.

El deterioro de las condiciones laborales y de los salarios estadounidenses ayudaron a que los electores se hicieran más intolerantes a los políticos tradicionales, y estuvieran más dispuestos a buscar candidatos que prometieran modificar radicalmente esa situación, y fue Donald Trump, con un discurso caracterizado por tener soluciones simples a problemas complejos, reviviendo el sentimiento nacionalista con el rechazo a las personas de otras culturas, colores de piel y religión, el que mejor prometía combatir esas élites del establecimiento. 

LSA:

Mauricio, Con la desigualdad económica actual en Colombia y en América Latina, ¿no podría ser ese un motivo también para impulsar a las derechas?

M.J:

Difícilmente veo que la derecha le pueda quitar a la izquierda de Colombia la bandera de la desigualdad del ingreso. La derecha acá, en términos económicos, ha tenido las mismas apuestas de muchas derechas tradicionales del norte: crecimiento económico, mínima intervención del Estado, protección de las empresas. Cuando ese crecimiento esperado no ocurre, lo que han hecho los líderes de derecha como Donald Trump es culpar a los Tratados de Libre Comercio, o a los migrantes de que les roban los empleos a los nacionales.

Pero no hay discurso de redistribución, que ni la derecha del Norte ni las latinoamericanas vayan a enarbolar como respuesta a esa desigualdad del ingreso que no se ha corregido, o que se ha corregido muy pobremente. 

LSA:

¿Cuáles son los temas en los que se puede montar la derecha para hacerse relevante para 2023?

M.J:

Así como es difícil que la derecha le vaya a quitar al Pacto Histórico la bandera de la redistribución, va a ser difícil que la izquierda le quite a la derecha la bandera de la seguridad, y ahí la derecha seguramente se apalancará en un populismo punitivo para denunciar el robo de celulares, los homicidios, los secuestros express en las ciudades, etc. Ahí la izquierda tiene un talón de Aquiles muy grande.

El otro gran talón que van a tener, aunque más adelante, va a ser reemplazar a Petro. Petro va a cerrar un ciclo de liderazgos mesiánicos en la política colombiana que comenzó con Uribe.

Lo que pasa es que Petro llegó tarde a gobernar por culpa de la guerra, pero él realmente es de otra generación, es de la época de los Lula, los Chávez, los Correa, que tenían grandes ambiciones geopolíticas y sociales, como el ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de América), el CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos Caribeños) y Unasur (La Unión de Naciones Suramericanas), y, por supuesto, mucha plata de los hidrocarburos para apalancar estas ambiciones.

Los líderes contemporáneos de la izquierda, como Boric, no van a dejar una página de oro en la historia chilena, como Correa siente que logró en Ecuador. El márgen de maniobra de alguien como Boric o Alberto Fernández en Argentina no es tan grande como el de la izquierda de comienzos del siglo XXI, pues están obligados a gobernar en coaliciones más amplias y con mayores restricciones presupuestales.

Entonces, la izquierda tendrá que lidiar con lo que ya está viviendo la derecha en Colombia, que es el vacío de un líder. Y eso va a ser durísimo, porque se van a pelear los que creen que la sucesora debe ser Francia Márquez, los que creen que debe ser Katherine Miranda o David Racero, sin contar la gente de Dignidad, o los que busquen mostrarse desde el Partido Liberal.

En ese sentido, la derecha está viviendo desde ahora, el drama que la izquierda en Colombia se enfrentará en cuatro años, que es reorganizar su identidad sin una figura fuerte, caudillista, que unifique el movimiento.  

Soy editor de la Silla Académica y cubro las movidas del poder alrededor del medioambiente en la Silla.