Catalina Arenas Ortiz.
Catalina Arenas Ortiz.

Hace ya un par de meses distintos medios de comunicación publicaron una noticia que hablaba del aumento de los caminantes en Norte de Santander. En las notas, que tenían en común el tener un único denunciante e información bastante vaga, mencionaban que hay una suerte de abandono en el territorio y que la vulnerabilidad de los migrantes va en aumento. 

Aunque esta noticia no trascendió, sí se sumó a las voces de personas que trabajan en el departamento y que mencionan que, en efecto, la situación que antes parecía difícil ha tendido a empeorar. 

Según Migración Colombia, para abril de este año habían entrado al país casi 62 mil personas por sus puestos de control en Norte de Santander. Estas son 12 mil personas menos que en el mismo periodo de ese año. Sin embargo, las organizaciones afirman que sus atenciones diarias a personas en tránsito han subido. 

Esta disparidad habla a gritos de un vacío de información y puede ser explicada por una tendencia a la entrada por pasos irregulares. Según cifras del Grupo Interagencial sobre Flujos Migratorios Mixtos (Gifmm), 40% de las personas que entran al país lo hacen por cruces informales o “trochas”. 

Además del aumento en los flujos, las organizaciones señalan que están llegando muchos hombres solos, un perfil que había dejado de ser mayoritario y que puede estar anunciando la nueva ola que muchos expertos llevan un tiempo alertando.  

Respecto a la respuesta y la atención disponible para atender estos cambios en los flujos migratorios, con la invasión a Ucrania empezó una caída de los recursos de asistencia que llegaban al territorio, siendo el transporte humanitario el servicio más golpeado. Sin embargo, con el tiempo este flujo de capital ha ido cayendo aún más, lo que se ha traducido en el cierre de operaciones de puestos de atención tanto en el área metropolitana de Cúcuta como en la “ruta del caminante”. 

Además de puestos de atención de ONGs, los Espacios de Apoyo operados por Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y el Centro Las Margaritas fueron cerrados por decisiones que no guardan relación directa con la disponibilidad presupuestaria. Esto es de especial preocupación, en el caso de los Espacios de Apoyo por la asistencia que se prestaba a sujetos de especial protección y en Las Margaritas porque era un punto que absorbía la atención en salud de los migrantes pendulares. Esta población ahora está viajando hasta Cúcuta buscando servicios de salud básicos y comprando medicamentos. 

Todo esto se traduce en que en los puentes ya no hay atención ni orientación de ningún tipo, si una persona requiere sellar su pasaporte debe moverse a un puesto de control de Migración Colombia y si necesita algo más, nadie puede apoyarle. 

En el departamento, las organizaciones de base y la cooperación están trabajando con las uñas. Parece haber una invisibilización de la migración en el territorio y Cúcuta pasó de ser una de las ciudades clave para hablar de gestión migratoria, a ser una de las grandes olvidadas. Si bien no hay cifras consolidadas que permitan establecer la gravedad de la situación, basta un análisis superficial para saber que volver los ojos a la frontera es una obligación urgente.