Diego Arbeláez Muñoz.
Diego Arbeláez Muñoz.

Es común que para muchos y muchas docentes y agentes educativos sea un desafío ‘hablar de sexualidad’ con sus estudiantes, pues en el imaginario colectivo existe la certeza de que se debe tener la respuesta correcta para que los y las estudiantes reciban información adecuada. Nunca faltan las expresiones que justifican la resistencia a abordar el tema como, por ejemplo: ‘me da miedo dar información incorrecta’, ‘puedo poner a los padres o madres en mi contra’, ‘¡es un tema muy delicado, no es mi competencia hacerlo!’, o ‘necesito saber cómo hacerlo bien, la forma adecuada’, etc.

Pero debajo de este panorama subyace la trampa cultural ampliamente naturalizada de asumir que saber se reduce a tener información, a adquirir conceptos, a manejar las últimas definiciones y conocer los argumentos de varios autores. Y, claro, todo esto es muy valioso, pero es tal vez el ingrediente de menos peso en la receta.

Entonces, ¿cuáles son los ingredientes más importantes, los más nutritivos? El primero es la persona que se tiene al frente, que no es una entidad pasiva esperando ser llenada de información. Cada estudiante tiene una historia, creencias, emociones, actitudes, valores e inquietudes. Es un sujeto que aprende, no un objeto de intervención. Luego está el docente, o la docente o agente educativo, también con las mismas características y con una experiencia probablemente mayor, pero no necesariamente mejor.  Y el tercer ingrediente, que es tal vez el más importante, es el tipo de relación e interacción entre ambos o ambas.

Veamos al docente o agente educativo. ¿Cuál podría ser la secuencia de la receta? ¿Qué pasa si antes de pensar en una respuesta a una inquietud sobre sexualidad planteada, se pregunta a sí mismo a sí misma: ¿qué siento en mi propio cuerpo y emociones ante la inquietud de mis estudiantes? ¿Acaso mi cuerpo se contrae o tensiona? ¿Me siento alejado o alejada, o siento relajación, ligereza y calma? Las emociones que afloran, ¿son miedo, vergüenza, inseguridad o irritabilidad, o más bien tranquilidad, seguridad, confianza o entusiasmo? Aprender a leer el contexto intrapersonal es un requisito indispensable, pues educar en sexualidad no es opcional, es algo que ocurre lo queramos o no, y se refleja en los gestos, en las expresiones corporales, en las actitudes y en la expresión de nuestras creencias. 

Con relación a los y las estudiantes, ¿somos sensibles para identificar sus necesidades y estamos disponibles para atenderlas? ¿Qué pasaría si antes que darle lugar a la ansiedad por ofrecer una respuesta correcta, reconocemos el contexto de donde viene esa inquietud? En ese caso, nos podemos encargar, más bien, de preguntar para saber: ¿qué motiva su inquietud? ¿Qué necesidad que pueda tener no ha sido resuelta? ¿Qué sabe o hasta dónde sabe sobre la inquietud que me está planteando?

Por último, frente al tipo de interacción y relación entre docentes y estudiantes, es importante preguntarnos, en tanto adultos y adultas docentes o agentes educativos, ¿qué inspiro yo en esa relación? ¿Me respetan? ¿Me respetan más por miedo o por confianza?

La receta, entonces, tiene más que ver con una decisión de profundizar en un proceso de autoconocimiento y de relacionamiento no jerárquico, bancario o transmisionista, y con ser más conscientes de quién es el sujeto que aprende, para qué aprende y cómo aprende.

He visto a docentes que se preparan no solo en la adquisición de conocimientos, sino también en la revisión de sus sistemas de creencias, actitudes, valores y comportamientos relacionados con la sexualidad, que tienen la valentía de decirles a sus estudiantes ‘no sé la respuesta a tu pregunta’, indagan para conocer el contexto, e incluso expresan las emociones que esto les genera, ya sean estas cómodas o no. Entonces, los estudiantes no solo los sienten más cerquita de sus vidas y generan confianza, sino que suelen aprender con más ganas, pues perciben a un ser humano al frente, sensible y dispuesto o dispuesta a acogerles por lo que son y no por lo que se espera que sean.

La receta, creo, más que un cómo secuencial de respuestas estandarizadas y adecuadas, tiene que ver con una actitud colaborativa y contextualizada de construcción conjunta del saber, en la que se tejen las historias y las experiencias, obviamente con el complemento de información basada en la evidencia y en el marco de los derechos.

Ahora bien, ninguna receta ofrece en sí misma la mejor sazón. ¡La mejor sazón se manifiesta con la intención deliberada de hacer más consciente al ser humano que hemos decidido ser, ese que generalmente enseña con el ejemplo!

Un abrazo queridos y queridas colegas.

Asesor Fundación SURA para el Programa Félix y Susana