Bastien Bosa, profesor de URosario.
Bastien Bosa, profesor de URosario.

La semana pasada publiqué una columna sobre el papel que han jugado algunos medios de comunicación en el éxito electoral de la ultraderecha en Francia. Finalmente, la llegada al poder del partido de Le Pen y Bardella ha sido postergada. Sin embargo, la amenaza sigue siendo grande y los defensores de los valores republicanos no pueden bajar la guardia, porque algunos medios muy influyentes continuarán funcionando como máquinas ideológicas dedicadas a la “ultraderechización del sentido común”.

Quisiera en este nuevo texto enfatizar algunas de las semejanzas que podemos encontrar en relación con el papel de algunos medios de comunicación en Colombia. Al igual que en muchas naciones, los principales medios privados del país pertenecen desde hace décadas a sectores empresariales con ciertos intereses, no solo económicos, sino también políticos. Sin embargo, un momento de radicalización ocurrió hace unos pocos años, cuando la revista Semana decidió cambiar de línea editorial y –siguiendo explícitamente el modelo de Fox News en Estados Unidos– dedicarse a defender una visión política ultraconservadora.

Desde entonces, Semana ha asumido claramente que su papel, además de informar, consiste en influir en la manera en que sus lectores –y, sobre todo, sus seguidores en redes sociales– ven y entienden el mundo. Como bien sabemos, la información nunca se presenta de manera transparente, sino que se ofrece desde unos lentes particulares. En este caso, los lentes escogidos por los dirigentes de Semana se basan en una crítica sistemática de lo que podríamos llamar, para simplificar, una visión “progresista” de la sociedad.

Este cambio de línea editorial ha sido un éxito y, lejos de desplazarse hacia la periferia del espacio mediático, Semana ha logrado ocupar el centro, funcionando, de algunas formas, como un polo de atracción para medios de comunicación más moderados. Esta situación preocupa al presidente Petro, quien siente que gran parte de los medios se dedican a realizar una oposición constante y desmedida a todo lo que hace su gobierno, en vez de informar de manera imparcial.

La situación es compleja. Obviamente, a ningún presidente democrático le conviene criticar a los medios de comunicación que, en todo sistema pluralista, representan contra poderes esenciales. Estos constituyen un arma fundamental para que los ciudadanos puedan ejercer control y presión sobre sus gobernantes, obligándoles a actuar de manera más honesta, transparente y eficiente. En este sentido, se entiende que la libertad de prensa es esencial para la defensa de un ideal democrático, en el cual se respeta la pluralidad y se nutre el debate público. De manera sencilla, sin libertad de prensa, no puede existir libertad de pensamiento.

Y, sin embargo, es difícil desmentir totalmente al presidente Petro cuando observamos cómo funciona el campo periodístico hoy en Colombia. Aunque hay cientos de periodistas que realizan su trabajo de manera responsable y dedicada, los mensajes dominantes en el espacio mediático dan la impresión de que los opositores al gobierno monopolizan la palabra. Incluso medios que tenían cierta reputación de imparcialidad y seriedad parecen dedicarse a encontrar lo que sea para hacer quedar mal al gobierno.

Obviamente, muchos de los problemas que la prensa ha logrado evidenciar son reales y deben ser denunciados. Sin embargo, cuando la crítica al gobierno se convierte en la única línea editorial, se pierde la posibilidad de un funcionamiento realmente democrático del campo periodístico.

A lo largo de los dos años que lleva el gobierno, gran parte de la agenda mediática se ha dedicado a la puesta en escena de escándalos, algunos creados artificialmente, en un intento de provocar la indignación popular. Los principales medios se han autoproclamado portavoces de la “opinión pública” para mandar un mensaje sencillo: “a nadie, le gusta Petro” y “todo lo que hace el gobierno le hace daño al país”. Sectores muy importantes de la población –cuya única fuente de informaciones son las redes sociales– han terminado aceptando el mensaje.

¿Cómo imaginar, en estas condiciones, un funcionamiento más satisfactorio del campo periodístico? ¿Cómo garantizar que la prensa contribuya a fortalecer el funcionamiento del juego democrático en vez de transformarse en un instrumento de oposición sistemática al cambio social? La respuesta, una vez más, es compleja.

Por un lado, los medios de comunicación deben poder, con todas las garantías necesarias, ejercer control político, vigilar el actuar de los gobernantes y denunciar, si fuera el caso, los hechos de corrupción. Por otro lado, se deben dar las condiciones para un espacio periodístico diversificado, en el cual los grandes grupos corporativos no sean los únicos en definir los mensajes que termina recibiendo la población. Para poder hablar de un verdadero “espacio público”, debe existir la posibilidad de expresar, si no todas, al menos una variedad de opiniones y puntos de vista.

En el estado actual, existe un claro desbalance, y el gobierno ha intentado restablecer un poco de equilibrio a través de la creación de un medio “oficial”. Aunque esta propuesta busca contrarrestar los mensajes mediáticos dominantes, es una medida insuficiente y, a largo plazo, problemática: el periodismo no funciona bien cuando su misión consiste en entregar una verdad “oficial”.

En realidad, sería necesario realizar una reforma estructural de todo el campo periodístico para que periodistas independientes de todos los poderes –económicos y políticos– tengan una voz fuerte. Personalmente, sueño con periodistas que sean capaces de criticar al gobierno, no para que las reformas no se hagan, sino para que se hagan mejor. Desafortunadamente, el espacio mediático está constituido de tal manera que, por el momento, no ha logrado convertirse en el lugar de un debate crítico serio sobre las diferentes reformas propuestas por el gobierno. Los medios gastan mucho tiempo hablando del gobierno de Petro, pero muy poco tiempo debatiendo el fondo de las reformas propuestas.

Una de las razones de estas dificultades, a mi modo de ver, se relaciona con el hecho de centrar exclusivamente nuestra atención en lo excepcional. Las denuncias de los malos comportamientos de funcionarios o de personalidades políticas son esenciales en una democracia. Sin embargo, el hecho de focalizarse exclusivamente en los hechos “extraordinarios” puede terminar desviando nuestra atención de otros asuntos esenciales.

Así, el tiempo y la energía que se gastan en polémicas sobre tal o cual personalidad singular podrían emplearse para abordar los complejos retos que implica la transformación de la vida cotidiana de los colombianos. Uno de los grandes problemas se relaciona con lo que, desde el punto de vista de los periodistas, constituye –o no– una “noticia”. Me parece, en particular, que, para aportar más a la discusión crítica sobre el país, los periodistas podrían detenerse un poco más en los acontecimientos recurrentes y en los mecanismos que afectan la realidad cotidiana de la población.

Lo que sucede a diario a la mayoría de los colombianos rara vez logra transformarse en noticia. Podríamos decir, en este sentido, que la prensa puede, paradójicamente, “ocultar mostrando”. Al centrarse en lo extraordinario y en las disputas que suceden en las altas esferas del poder, se oculta el debate sobre las condiciones de vida y sus posibles transformaciones. Este debate sería, sin embargo, esencial para que los ciudadanos ejercieran conscientemente sus derechos democráticos.

Estudio su pregrado en el Institut d´Études Politiques de Lyon; tiene una maestría, un doctorado y un posdoctorado en Ciencias Sociales de la Ecole Des Hautes en Sciences Sociales en Francia y es profesor de la Universidad del Rosario en el programa de Antropología de la Escuela de Ciencias Humanas....