Gustavo Petro caminaba por la carrera séptima de Bogotá, en 1996, poco después de regresar de su temporada como diplomático en Bélgica, cuando vio un elefante de cuatro metros que avanzaba por la vía. Era una mole de metal, madera y hombres. Un armatoste recubierto de espuma que simulaba la piel gris del animal y tenía adentro a dos zanqueros que le daban movimiento. 

La carroza era el espectáculo central de una protesta contra el presidente Ernesto Samper, quien por esos días negaba haberse enterado del ingreso de dinero del narcotráfico a su campaña. Con ironía, el arzobispo de Bogotá, Pedro Rubiano Saénz, había dicho al respecto: “Es como si un elefante se mete en tu casa y no te enteras”.

Y a alguien se le ocurrió recrear el comentario por las calles de Bogotá. El cerebro detrás de esa idea no iba al frente de la protesta ese día por la séptima; tampoco era uno de los zanqueros dentro del elefante que le daban movimiento. El artífice caminaba discretamente al lado de la marcha, casi sin ser visto.

Se llama Augusto Rodíguez. Había sido compañero de Gustavo Petro en el M-19 y se volvieron amigos tras la desmovilización en 1990. Luego de que Petro perdió las elecciones al Senado en 1994, pasaron varios años sin verse, hasta ese día de 1996. Hablaron sobre la intención de Petro de volver a la política y Augusto quedó de ayudarle en la campaña a la Alcaldía de Bogotá el año siguiente.

Desde entonces se volvió el guardián detrás del poder de Petro. Augusto fue estratega de sus campañas a la Alcaldía en 1997 y a la Cámara en 1998. Fue el asesor que lo ayudó a investigar la parapolítica en el Congreso, entre 1998 y 2010. Fue su mano derecha como alcalde de Bogotá y su asesor en la campaña presidencial de 2018. Y lo es en la actual, en la que Petro lleva más de un año encabezando las encuestas.

Y a pesar de eso, muy pocos conocen su rostro. Incluso algunos que han trabajado con Petro nunca llegaron a escuchar su voz. Solo lo han visto en las reuniones, de pie y en silencio, con unas gafas con tanto aumento que apenas dejan ver sus ojos y una libreta en las manos en la que cada tanto, mientras alguien habla, anota algo. Solo Petro llega a saber lo que dice en la libreta; después de las reuniones, cuando la puerta se cierra y en la oficina solo quedan él y su sombra.

El muro, el puente, el testigo

Es muy difícil hablar con Gustavo Petro sin antes pasar por Augusto Rodríguez. “El filtro para llegar a Gustavo ha sido Augusto. Petro casi nunca lo nombra, pero él siempre está ahí”, dice Ángela María Robledo, exfórmula vicepresidencial de Petro en 2018.

Ella conoció a Petro cuando este era alcalde, justamente en una reunión organizada por Augusto Rodríguez. “Él me abrió el espacio para esa conversación con Petro. Augusto facilita, pero también puede ser muralla. Siempre tuve la sensación de estar frente a una persona impenetrable. Amable, pero inescrutable”, dice Robledo.

Ese rol de filtro disminuyó hace mes y medio, cuando el senador Armando Benedetti, uno de los nuevos aliados de Petro que vienen de la política tradicional, asumió la agenda de la campaña. Aun así, en el círculo cercano de Petro coinciden en que suele ser Augusto el que tiene el trabajo difícil de decir que no.

Si Petro no acepta a un aspirante a aliado, si no tiene tiempo para una reunión o si no quiere concederla, Augusto está ahí. “Cuando uno es el asesor no está para ser comprendido, sino para que los tomates no le lleguen al jefe”, dice José Miguel Sánchez, exfuncionario de Petro en la Alcaldía y hoy parte de la campaña a la Presidencia.

Es un trabajo para el que se requiere cierto desinterés por la imagen propia. “Cuando hay una mala noticia, cuando hay que buscar un culpable, pocas personas se atreven a decir que es culpa de Petro. Es mucho más fácil culpar a Augusto”, dice una persona cercana a la campaña, que prefirió no ser citada.

Augusto es el único que se queda en las reuniones más importantes, como las que involucran a los abogados del candidato para tratar sus investigaciones. También es el que le pasa informes a Petro sobre las personas nuevas que llegan a la campaña o los antecedentes de eventuales aliados.

“Es un hombre del dato. Un ingeniero químico. Toma nota de cada cosa importante, les hace seguimiento a las personas y a los temas, y luego le dice a Petro lo que encuentra”, dice José Cuesta, exmiembro del M-19 y candidato a la Cámara en Bogotá por el Pacto Histórico, la coalición que lidera Petro.

A veces, el trabajo de Augusto es ser un puente con Petro. Otras, un muro. Es su asesor, su testigo y su emisario. Pero su tarea esencial, su especialidad, siempre ha sido la misma: ser eficaz.

El oficio de la eficacia

Antes de trabajar con Petro, Augusto Rodríguez coordinó la campaña a la Presidencia de Antonio Navarro Wolff, el principal líder del M-19 tras la desmovilización. Fue en 1994. El partido de la exguerrilla estaba debilitado luego de sus primeros éxitos electorales en 1990. Navarro solo marcaba 4 por ciento en las encuestas y la elección estaba entre Ernesto Samper, con el 47 por ciento, y Andrés Pastrana, con el 44 por ciento.

Por eso, solo Samper y Pastrana fueron invitados al debate emitido por televisión nacional el 12 de mayo de 1994, en las instalaciones de Inravisión. Pero Augusto Rodríguez ideó una forma de que Antonio Navarro también estuviera allí.

Movió sus influencias en el sindicato de la Asociación Colombiana de Trabajadores de Televisión (Acotv) para que les ayudaran a entrar, disfrazó a Navarro con una peluca y un bigote para que avanzara por el set sin ser reconocido. A Augusto lo atraparon unos guardias de seguridad antes de la meta, pero Navarro llegó frente a las cámaras.

Un artículo del diario español El País, publicado al día siguiente, registra el momento de su entrada: “Pastrana y Samper abordaban el tema de la apertura económica, que para Pastrana ha de ser ‘con rostro humano’, y para Samper ‘gradualizada y con corazón’, cuando apareció en escena el excomandante guerrillero, lo que sacó de casillas a los periodistas y desconcertó a los candidatos”.

Navarro apenas estuvo unos segundos en cámara. El conductor de debate, Yamid Amat, envió a comerciales y los guardias sacaron al candidato, pero Augusto Rodríguez ya había cumplido su objetivo: ponerlo frente a la cámara.

Años después, también aprovechó sus contactos con Acotv para construir el elefante para las protestas contra Samper: “Ellos sabían trabajar con utilería. Lo armamos en el centro de Bogotá, en un garajito, y le dimos bastante expectativa. Finalmente el día de la salida del elefante fue una fiesta en el centro de Bogotá”.

Hablamos por videollamada. Es canoso, pasa los 60 años, es un poco mayor que Petro. En sus cejas gruesas ya se adivinan también algunos parches blancos. Tras el aumento de las gafas, que ocultan sus ojos, se alcanza a ver que el izquierdo le falla. Apenas mira a la pantalla mientras habla, mantiene la vista fija en algún punto a la izquierda, fuera de cámara. A veces se queda en silencio un rato largo, sin hacer ningún gesto, como consultándose a sí mismo. Luego retoma el hilo. 

El poder de Augusto ha sido en parte su capacidad de llevar el registro de sus posibles aliados, pero también de sus enemigos. Por eso fue tan útil para Petro en la investigación sobre las conexiones entre políticos y paramilitares.

Rodríguez estuvo en la unidad de trabajo legislativo de Petro desde 1998 hasta 2010. En esos años Petro se volvió una figura pública, y un objeto de amenazas, por sus debates sobre parapolítica, sobre todo en Norte de Santander, Sucre, Córdoba y Antioquia.

En 2002, Petro acusó en el Congreso a varios políticos de Sucre de haber hecho alianzas con paramilitares, entre ellos el senador Álvaro José, el “Gordo” García. Allí presentó declaraciones inéditas de testigos ante la Procuraduría, la Fiscalía y videos que relacionaron a García con la masacre de Macayepo, en octubre del 2000. Ocho años después, en 2010, la Corte Suprema de Justicia condenó al “Gordo” García como autor intelectual de esa masacre y por su alianza con los paramilitares para otros asesinatos.

Varios de los documentos que presentó Petro ese día los consiguió Augusto Rodríguez. “Había investigadores de la Fiscalía que estaban inconformes porque los procesos no avanzaban y porque estaban matando a los agentes del CTI que investigaban, y nos pasaban información”, recuerda Augusto Rodríguez.

Recuerda que varias de las investigaciones comenzaron por intuiciones de Petro. “Él nos decía: piensa mal y acertarás”. Además de la parapolítica, Petro y su equipo legislativo hicieron debates sobre el manejo de los recursos públicos en el Gobierno de Pastrana, puntualmente sobre los fondos recaudados por los bancos Pacífico y Andino; también debates sobre las interceptaciones ilegales del DAS contra periodistas y opositores, incluyendo al propio senador y a los miembros de su equipo.

Petro tuvo que salir varias veces de Colombia por amenazas en esos años. Augusto, en cambio, nunca tuvo escoltas. “Mi defensa era el bajo perfil. A mí nunca me veían al lado de Petro en el Congreso, ni en eventos. Sí me conocían algunos periodistas de investigación de medios como Semana y El Tiempo con los que trabajamos varios temas”.

Él sabe hacerse invisible. En los debates lo era literalmente. “Nadie me veía porque me metía a la cabina desde la que proyectábamos los videos y los documentos con las pruebas”, dice.

Mientras Petro hacía la exposición, y le pedía a la televisión que hiciera tomas de los documentos que proyectaba en la pantalla, Augusto era el guardián dentro de la caja negra.

El poder sin reflectores

Solo una vez Augusto Rodríguez estuvo cerca de ser visible. Fue en 2012, cuando Petro se posesionó como alcalde de Bogotá y trató de nombrarlo como viceveedor del Distrito.

La movida comenzó desde la campaña. Petro recibió el apoyo de Paul Bromberg, exalcalde encargado de Bogotá en los noventa. Tras ganar las elecciones, Petro anunció que Bromberg sería su veedor distrital, un cargo con el mismo sueldo del alcalde, encargado de vigilar a la administración y avisarle de posibles irregularidades.

“Al principio no acordamos que yo sería el veedor, sino que yo escogería el nombre para el cargo –dice Bromberg–. Pero cuando empezamos el empalme con Petro tuvimos una discusión y me pareció aterrador, porque iba a romper muchas de las cosas que había prometido. Entonces le dije que yo debía ser el veedor. Porque es un cargo que él podía nombrar, pero no sacar”.

Petro aceptó, pero puso una condición. “A cambio me pidió poner como viceveedor a Augusto Rodríguez. Seguramente para que me vigilara”, dice Bromberg.

Quedaron en que así sería, pero unas semanas después Bromberg recibió la hoja de vida de Augusto. “No pasaba de una página y no tenía ninguna experiencia administrativa, solo su trabajo como miembro de la unidad legislativa. Además su profesión era ingeniero químico y no es una de las profesiones calificadas para ese cargo. Le dije a Petro que Augusto no cumplía con el perfil y que no podía nombrarlo”, dice.

La respuesta de Petro fue quitarle el puesto a Bromberg y nombrar como veedora a Adriana Córdoba, una magíster en planeación casada con el exalcalde Antanas Mockus. “Lo curioso es que a ella no le puso a Augusto como condición. Solo lo necesitaba si el veedor era yo, porque ya habíamos tenido la discusión”, dice Bromberg.

Augusto tiene otra versión. “Petro me recomendó para ese cargo por mi experiencia con las investigaciones. Quería tener una idea de primera mano de esa oficina para generar resultados. Pero al veedor en propiedad no le gustó y eso quedó así”, dice.

Después de eso, el rol de Augusto volvió a estar fuera de las cámaras. En la Alcaldía de Petro fue asesor de su despacho, aunque en la práctica ejerció casi como un jefe de gabinete y un emisario de Petro. “Si Petro no estaba contento con algún secretario, recibía una llamada de Augusto. Si iban a nombrar a alguien, recibía la llamada de Augusto. Si tenían que echar a alguien, recibía la llamada de Augusto”, dice una persona que trabajó en la Alcaldía y que pidió no ser citada.

Fue el momento en el que Augusto estuvo más cerca de ser la voz de Petro. Y aunque hacia afuera no era muy visible, en la Alcaldía todos sabían de su poder.

“Era alguien de bajo perfil, pero que sabía mover muy bien la fibra sensible de Petro: la teoría del complot. Todo el tiempo manipulaba la información y metía ruido para hacerle creer que estaba rodeado de gente desleal”, dice María Mercedes Maldonado, quien fue secretaria de Planeación y Hábitat de Petro.

Para Maldonado, y otras dos fuentes que pidieron no ser citadas, eso influyó en la inestabilidad del equipo de Petro. Para mayo de 2013, sumaba 43 cambios en su gabinete.

Augusto dice que su trabajo consistía en guardar la espalda de Petro de malos manejos. “Mi función era enterarme de los procesos en las entidades, verificar que se cumplieran las cosas fundamentales, averiguar qué empresas contrataban con la Alcaldía. Pero no era una investigación como la de los manuales, sino a fondo. Saber quiénes eran, con quiénes más contrataban, si tenían algo raro”, dice.

Se había entrenado para eso, para el oficio de escrutar. Y Petro contaba con él en las crisis. La peor fue la del cambio de la recolección de basuras a un operador público, en diciembre de 2012, cuando las calles amanecieron inundadas de bolsas sin recoger, y le terminó costando a Petro una destitución de la Procuraduría, aunque luego recuperó su cargo.

La entidad encargada del nuevo esquema de basuras era la Empresa de Acueducto de Bogotá. Un par de meses después de la crisis de 2012, Petro nombró a Augusto como miembro de la junta directiva de esa empresa.

La confianza de Petro en Augusto Rodríguez es casi absoluta, pero no se traduce en grandes muestras de afecto. “Es una amistad distinta. Sin muchos chistes o risas. Es la de dos personas que estuvieron en el M-19 y saben qué es caminar con un compañero al que le confían la vida durante 10 horas en silencio. Es otra forma de acompañarse. Saber que el otro está ahí, incluso sin decir nada”, dice Andrés Charry, quien coincidió con Augusto en el equipo legislativo de Petro en 2018.

Esa cercanía también carga sobre Augusto grandes expectativas. El año pasado, por ejemplo, fue uno de los encargados de la conformación de las listas al Congreso. La instrucción de Petro es que las listas fueran cerradas; es decir, que se votara solo por el logo de la coalición, pero en algunos departamentos los líderes regionales se rebelaron ante eso y abrieron las listas.

Una persona cercana a la campaña, que pidió no ser citada, dice que Augusto “se peleó con todo el país para cumplir la voluntad de Petro, pero no lo logró del todo. A Petro no le gustó, le echó la culpa. Está acostumbrado a que él le garantice las cosas”.

La tarea de Augusto, por sobre todo lo demás, sigue siendo ser eficaz. Y él ha entendido que eso pasa en gran medida por no ser visto. “Si fuera más visible se le complicaría la vida. Él ha sabido entender que ese es su lugar, al lado de un hombre tan deslumbrante como Petro. Y ha entendido el poder que tiene ese lugar”, dice Ángela María Robledo.

Es un poder que ha aumentado con los años, en la medida que Petro sigue escalando en la política, y que podría llegar a su punto máximo si llega a ser presidente. En ese caso, como hasta ahora, Augusto seguirá siendo el guardia detrás del poder. Aquel que camina discretamente al lado de las pisadas del elefante.

Periodista en La Silla Vacía hasta 2023. Estudié periodismo en la Universidad de Antioquia y allí hice un diplomado en periodismo literario. Trabajé en El Colombiano y fui subeditor del impreso de El Tiempo. En 2022 participé en el libro 'Los presidenciables' de La Silla Vacía y en 2020 hice parte...