Foto: Conmebol.

La final de hoy de la Copa América marca un nuevo hito para la Selección Colombia e hizo que hasta el mismo presidente Gustavo Petro —a quien no le gusta el fútbol— decretara día cívico mañana por “la unidad del país”. 

El fútbol es un poder intangible, un activo político para poderosos, y la Selección es una de las pocas cosas con las que la mayoría de colombianos podemos identificarnos. 

Por el furor futbolero de estas últimas semanas —y por montarnos al bus de la Selección— La Silla Vacía entrevistó a Andrés Dávila Ladrón de Guevara, doctor en Ciencia Política y profesor titular de la Javeriana, quien lleva tres décadas estudiando la relación de fútbol, identidad y política. Su trabajo está consignado en su libro “Ganar sin Ganar”, que sintetiza su tesis: una parte de la identidad nacional está afincada en los resultados deportivos de la Selección. 

¿Desde cuándo puede decir que parte de la identidad nacional, eso que “nos hace colombianos” está ligado al fútbol y al deporte en general?

Yo creo que esa identidad cambia, evidentemente, con el tiempo. Tiene que ver un poco con lo que le sucede a las sociedades como la nuestra desde mediados del Siglo 20. Antes de eso, los hitos de Nación, los referentes de Nación, estaban más asociados a asuntos cultural y políticamente muy profundos, como los partidos Liberal y Conservador. También un poco a la Iglesia Católica, con su doble papel de educadora y de catequizadora. 

Y eso cambia mucho con la urbanización del país por allá en los cincuenta. El argumento que empiezo a usar en mis investigaciones es que esos referentes de Nación son sustituidos por otros que caben un poco en esta idea de un nacionalismo banal. 

La palabra suena un poco fuerte, pero realmente hace referencia a buscar esos imaginarios de Nación, esa identidad nacional, en fenómenos más asociados al deporte. En nuestro caso serían el fútbol, el ciclismo y, en algún momento, el boxeo. 

Algo que reveló ese poder del fútbol fue en 2014 con lo que había sido el regreso y la recepción a la Selección Colombia cuando llegó de Brasil un domingo por la mañana a Bogotá. Y eso que regresó eliminada del Mundial. Lo único que saca a la gente a las calles en esa cantidad y en esa multitud un domingo por la mañana es el Papa o la Selección Colombia. 

¿Hay una identidad nacional distinta por el momento que está pasando actualmente esta Selección? 

Hay dos datos de los que hemos investigado en su momento y que todavía se cumplen un poco, pero definitivamente hay cambios. 

Cuando arranqué a trabajar el tema, que fue en 1993 y 1994, estábamos con el 5-0 sobre Argentina y en ese momento todo lo colombiano era bueno. “Dios es colombiano”, “(el Pibe) Valderrama es como el Papa” y cosas así se decían. Y en ese momento los tres referentes de Nación eran la Selección Colombia, el Divino Niño del 20 de julio y el Reinado Nacional de Belleza, pero ese ya no es un referente. 

Sobre el fútbol lo que descubrimos es que la construcción de la identidad nacional no se daba solo en el triunfo. 

En el triunfo aparecían ciertas imágenes, ciertos referentes, ciertos valores de unidad y de valoración del colombiano y de la identidad nacional. Con un rasgo muy interesante y es que se necesitaba siempre que alguien de afuera nos dijera que era cierto. Por esa época, Pelé nos hizo daño cuando dijo que la Selección Colombia sería campeona mundial. Pero era esa necesidad de que alguien de afuera nos dijera que sí era cierto, que tenemos el mejor fútbol y eso potenciaba nuestra identidad nacional. 

Los argentinos han jugado un papel en eso. Fíjese que los extranjeros que han dirigido selecciones exitosas para Colombia son argentinos: (Adolfo) Pedernera con la Selección de 1962, Néstor Pékerman con las del 2014 y 2018 y ahora con Néstor Lorenzo. 

Lo que descubrimos es que también la derrota cumple un papel, que habrá que ver cómo funciona si perdemos la final de la Copa América. 

¿Cómo se comporta el colombiano en la derrota, que en el fútbol nos es más común que las grandes victorias?

Hay un modo colombiano de tramitar la derrota, que es con una tensión muy fuerte cuando hacemos un buen torneo pero lo perdemos. Eso ya nos ha pasado en la Copa América en el año 1990 y en el año 1975. La gente quedó contenta porque se había avanzado, se había logrado y se había dejado como una buena imagen.

En 2014 salieron millones de personas a la calle, pero habíamos perdido contra Brasil y eliminados del Mundial, pero James (Rodríguez) fue el goleador del torneo. 

Y la otra parte de la tensión es cuando perdemos y nos sentimos mal. La Selección de 1994 fue terrible porque perdimos y entonces ahí salió todo lo malo del colombiano perdedor. 

Precisamente ahí sale mi teoría de que en lo que nos reconocemos es en ese ganar sin ganar, que es de donde salen características de cómo nos comportamos como colombianos.

Una es el canibalismo nacional, donde en la derrota nos destruimos y nos decimos cosas terribles. Un poco lo que pasó con Daniel Muñoz tras su expulsión en la semifinal con Uruguay o lo de Rafael Santos Borré en el Mundial de 2018. En la derrota destruimos todo lo bueno

Y otro elemento ahí es lo que llamé la amargura nacional. No la he estudiado tan a fondo, pero basta con coleccionar en distintos momentos lo que dicen los comentaristas deportivos si perdemos. La mejor forma de irse uno odiando la sociedad colombiana, el mundo y despertarse el lunes a trabajar de mal genio es haber escuchado a esos señores que saben mucho de fútbol, que lo ven muy bien, que lo comentan como les da la gana para tener siempre la razón. 

Esta Selección es una especie de evolución de la que jugó en 2014. Vemos imágenes de familia, de compañerismo, de esa “mística” de la que hablan los comentaristas deportivos. ¿Cómo los que juegan en la Selección, ahora y hace 30 años, construyen esa identidad de Nación?

Diría que claramente, porque fue mi referente inicial, esa Selección de (Francisco) Maturana estaba absolutamente plagada de la estética e influencia de los narcos. Los narcos eran los dueños de los equipos, por ellos los jugadores salían a agradecerle los goles, como lo hizo (Antony) “Pipa” de Ávila o (René) Higuita, que iba a visitar a Pablo Escobar. 

Pero una cosa muy interesante es que esa Selección no era la representación de los narcos, no ganaba a como diera lugar, sino que ganaba jugando muy bien, jugando muy bonito. 

Y la de Pékerman, de 2014 y de 2018, va a tener una cosa que me parece interesante y es su capacidad de no perder la convicción. Un ejemplo muy claro de eso es el gol de Yerry Mina contra Inglaterra, en el último segundo, en los cuartos de final del Mundial de Rusia. 

Son seleccionados similares, pero con componentes muy distintos. Comparados con los jugadores de los noventa, los de ahora tienen un ambiente familiar más sano, con alguna influencia muy marcada dentro del equipo de las iglesias cristianas. Ahí está clarísimo (Miguel Ángel) Borja con su camiseta alabando a Dios al final del partido contra Uruguay. 

De todas maneras, a mí me queda pendiente estudiar esto más con la Selección Femenina, porque estamos hablando de una versión machista, heteropatriarcal, de la identidad a partir de los jugadores hombres. Si lo compara en términos de resultados, la Selección Femenina es muy superior.

Pero en general diría que todos ellos, y los jugadores olímpicos, son una generación que tiene una mentalidad distinta y yo creo que hay un cambio, un cambio que al final es un cambio social importante. 

¿Muestran una sociedad colombiana más globalizada, más moderna? 

Sin duda. Escuché hace poco a Óscar Córdoba, que decía que en su época, en 1994, de todo el equipo solo jugaban por fuera el Pibe y (el “Tino”) Asprilla, y otros que se habían ido habían fracasado rápido. En cambio, ahora todos estos llevan viviendo su vida por fuera, como  Radamel (Falcao García), quien nunca jugó en Colombia, sino hasta ahora que ya está al borde del retiro. Entonces es otra cosa. 

En general son jóvenes colombianos, algunos que vienen de situaciones muy difíciles, como (Juan Guillermo) Cuadrado o Juan Fernando Quintero, etcétera, pero que de pronto encontraron un mundo en donde se profesionalizaron y pudieron ya luchársela

Hay quienes siguen insistiendo en que el fútbol es solo pan y circo, que nos aleja de los temas que de verdad le deberían importar a la Nación. ¿Para qué nos sirve que Colombia, su Selección, llegue a una final, juegue así, en términos de unión de Nación?

Pues nos sirve para eso, para tener algún punto en común en medio, por ejemplo, de esta polarización, tan tenaz entre el petrismo y el antipetrismo. Tener ese punto en común. 

Lo que pasa es que son cosas que son intangibles, se generan imaginarios, que a veces construyen, que a veces generan un ánimo colectivo más positivo en situaciones difíciles, complejas. En otros momentos la derrota termina en cosas como la de (el asesinato de) Andrés Escobar. 

Hay una socióloga (Olga Lucía González) que dijo esta semana en Twitter eso de que el fútbol es “pan y circo” y bueno, decir esto hoy me parece que ya es una tontería, porque una cosa que le llega a tanta gente, que marca el día a día de tantas personas, me parece que uno no lo puede dejar de lado así nomás y quedarse en la simple noción de pan y circo.

Pero al final el fútbol sí es un bálsamo. Un comentario común en los partidos clave como el del miércoles o como el de hoy es “ojalá ganemos porque nos merecemos una buena noticia”.  

Sí. Lo que pasa es que esta cosa de pan y circo y el “opio del pueblo” y todo eso, me parece que simplifican. Estas son sociedades complejas de masas que han ido generando este tipo de actividades, que a su vez el fútbol es un negocio y mueve millones, y se mueve en el mundo del capitalismo, de las grandes inversiones, de los medios de comunicación, etcétera, pero lo que yo veo es que hay un fenómeno social que no puedo ignorar. 

Durante varios años hemos documentado cómo el fútbol es, como usted llama, un poder intangible que usan los políticos en varias regiones del país, como los Char con el Junior de Barranquilla, Jaime Beltrán en Bucaramanga en la final del torneo local o el alcalde Dumek Turbay en Cartagena con el Real Cartagena. ¿Los presidentes pueden sacar rédito político con la Selección? El presidente Petro ya anunció día cívico mañana “para la unidad” del país, así no ganemos la Copa.

Siempre hay un riesgo. Esa relación fútbol y política ha estado ahí y siempre ha sido una relación que es arriesgada, porque no es tan manipulable, porque no es tan fácil de lograr hacer converger el triunfo (de una Selección) más el objetivo político que se tiene. 

Yo creo que lo que hizo Santos en 2014 con el Mundial, la Selección y su proceso de paz y la reelección fue muy inteligente en su momento, porque se hizo inteligentemente en el sentido de que no fue obvio, no fue burdo, como de pronto sí fue en el 1994 cuando Ernesto Samper se montó en la euforia de la Selección durante las elecciones.

Pero igual se puede fracasar. Me ha sorprendido que Petro está escribiendo sus trinos cuando la Selección avanza de ronda y gana partidos. Le saca un poquito de rédito político, pero a la izquierda siempre le ha costado unirse con los deportes. Yo creo que Petro como que lo trata de hacer, pero falta ver. 

Yo lo que creo claramente es que Petro sí ha leído el momento actual, pero no tiene en su equipo nadie que le ayude a ver cómo puede aprovechar eso. Evidentemente, con la pérdida de la sede de los Panamericanos se pegó una desaprovechada tenaz. La iban embarrando con los Olímpicos porque pararon muchos procesos, pero vamos a tener más de 80 deportistas, y a eso hay que restarles las casi 20 futbolistas de la Selección Femenina.

Una versión de esta entrevista la puede encontrar en el último episodio de Huevos Revueltos con Política.

Soy la editora de la sección En Vivo, coordinadora de podcast de La Silla Vacía y dirijo los Huevos Revueltos con Política. Soy periodista de la Santo Tomás y tengo una maestría en ciencias políticas y relaciones internacionales de la Universidad del Rosario. Fui reportera política en El Nuevo...