El paisaje del Valle del Cocora, en Quindío, es único en el mundo y un azar de la naturaleza. Las palmas de cera, de más de 50 metros de alto, crecieron en potreros, destinados para la ganadería, al lado de casas campesinas construidas en bareque. 

Es único porque ese escenario –el de los potreros despoblados– no es el paisaje natural de las palmas de cera, que deben crecer cerca a otros árboles y plantas que les dan sombra y las protejan de los vientos. 

Es por esa especificidad que el paisaje del Cocora es emblemático y es el que convirtió a ese tipo de palma en el árbol nacional en 1985. El parque es visitado por miles de turistas cada año y sus paisajes quedaron inmortalizados en el billete de 100 mil pesos. Hasta Disney, en su película animada sobre Colombia, Encanto, lo retomó. 

Y quizás quede ahí para el recuerdo. “La foto del Valle del Cocora va a desaparecer, pero es por un proceso natural”, explica Douglas Orlando Salazar, técnico de la secretaría de Agricultura del Quindío. 
 
La única manera de evitar que eso pase es agilizar la siembra de nuevas palmas y garantizar su crecimiento durante por lo menos los primeros 50 años. Eso implica un trabajo de negociación con los privados de los potreros del Cocora, que no ha sido tan exitoso a ojos de algunos ambientalistas, y la voluntad de los gobiernos locales y nacionales para preservar el paisaje. 

Un paisaje condenado a morir

La de cera es el tipo de palma más alto del mundo. Alcanza los 60 metros de alto y soporta los vientos de las montañas del Quindío gracias a un tallo blanquecino que se demora 50 años en aparecer. Es decir, durante medio siglo, la palma es una planta que permanece casi ras del suelo mientras forma su tallo. Luego sí empieza a crecer verticalmente.    

En condiciones normales, a la sombra y protegidas del ganado, las palmas pueden vivir más de 100 años. 

Las que crecieron en el Cocora fueron las sobrevivientes de una tala masiva a mediados del siglo pasado, que convirtieron los bosques de Salento en potreros, y a su vez en uno de los municipios más ganaderos del Quindío. Es el cuarto, de doce en total, con más fincas ganaderas: 320 para el año 2020. Y de todos, el que más cabezas de ganado tiene, 12.041.

Por sí mismas, las palmas no se pueden reproducir en ese ambiente. Según explica Rodrigo Bernal, botánico y uno de los investigadores que más se ha preocupado por saber sobre la palma y por preservarla, las plantas necesitan sombra para pelechar, y el ganado de los potreros se las comen. 

También se come las semillas que producen las palmeras ya grandes, que son cerca de 4.200 en cada racimo. Una sola palmera da hasta ocho racimos simultáneos cada dos años. Es decir, cerca del ganado las palmeras necesitan un monitoreo constante de sus condiciones y un aislamiento para poder reproducirse en los potreros y renovar el paisaje típico quindiano. 

“La idea de que el paisaje del Cocora va a desaparecer es una actitud derrotista de parte de la Gobernación. Si bien ese no es el paisaje natural de la palma, este es el que ha cautivado a toda la gente porque permite ver la belleza de los troncos blancos y la altura del árbol. Dejarlo perder por negligencia sería un error imperdonable”, dice Bernal.

Las palmas crecieron ahí porque cuando deforestaron la zona eran apenas un cúmulo de hojas que resistieron el fuego y la tala. Estuvieron protegidas del sol por los árboles que había antes en los terrenos y cuando llegó el ganado eran lo suficientemente altas para que no se las comieran. Son las palmas que los turistas ven al borde de la carretera en Salento. Las mismas que sostienen buena parte de la economía del municipio más grande del Quindío, que vive en un 95 por ciento del turismo, según la Secretaría de Turismo de ese municipio. 

“Para mediados de siglo todas las palmas al borde de la carretera habrán muerto. Y, a finales del siglo, todas las palmas del Valle del Cocora habrán muerto”, explica Bernal. Según una caracterización que hizo de los ejemplares en ese lugar en 2012, son unas mil. 

Es, como dijo el técnico de la secretaría de Agricultura, un proceso natural y morirán de viejas, pero no ha habido un relevo generacional que evite la desaparición del paisaje y el reloj ya está atrasado. 

Estas son las cuentas: una palma se demora 50 años en producir un tallo, que en buenas condiciones pueden ser 30. Después de ese momento crecerá cerca de un metro cada año hasta alcanzar alturas de 70 metros. Si las palmas que hoy están en el Cocora morirán en 2050, debieron sembrar las plántulas más grandes encontradas en los viveros hace 10 años para que en esa fecha las nuevas palmas tengan alturas de 15 o 20 metros. 

La Gobernación del Quindío reconoce que lo que pasa con las palmas de cera es clave para el departamento y ha avanzado en algunas acciones. Pero la estrategia es insuficiente para lograr que el relevo generacional de las palmas llegue a tiempo. Es una responsabilidad acumulada de gobiernos anteriores. 

Según el gobernador del Quindío, Roberto Jairo Jaramillo, “llevamos 6 mil árboles entre nativos y de palma sembrados en varias zonas”. Además, el Ejército Nacional ha sembrado 16.726 palmas de cera desde el año 2020, protegidas por un vivero propio, en las partes altas del Valle del Cocora. 

Un remedio que llega tarde. Habrá un bache de por lo menos una década sin palmas en Salento, uno de los destinos turísticos más importantes de Colombia. 

Otras amenazas al paisaje

No solo el ganado es un factor de riesgo para las palmeras. El paisaje de Salento está cambiando vertiginosamente. La tierra que antes era casi exclusivamente ganadera, ahora se está convirtiendo a la producción de aguacate hass. Lo que fue antes bosque se convirtió en potreros y ahora en sembrados extensísimos de aguacate. 

Las condiciones podrían, incluso, ser mejores para que crecieran más palmas porque los árboles de aguacate protegen de la luz del sol a las rosetas en crecimiento, pero son un giro casi total frente a la imagen de la casa entre palmeras que los turistas se llevan después de su visita a Salento. 

“La palma de cera tiene una gran significancia de identidad a nivel nacional. Esta es una discusión sobre la identidad y el territorio”, dice Jaime Arias, ambientalista y concejal de la Colombia Humana en Salento. 

Lo dice porque el Valle del Cocora no es el único lugar donde hay palmas de cera. En otros sitios, como Tochecito, en el Tolima, hay miles de ejemplares de esa palma que crecen entre el bosque y lo hacen de manera natural. Pero de ellos no depende la economía de ningún municipio ni son tan estratégicas turísticamente como en el Quindío.

“Es tristísimo el paisaje en el Cocora –cuenta Alvaro Aldana, habitante de Salento– la última vez que fui al Valle no vi ni la mitad de las palmeras que había hace 20 años. Las están dejando morir”.

Como lo muestra esta gráfica, en los últimos siete años Salento pasó de tener 56 hectáreas cultivadas de aguacate hass a 1.148. El monocultivo ha transformado el paisaje, pero también a la tierra por los químicos y fertilizantes necesarios para la producción de ese aguacate de exportación. 


 La Gobernación reconoce que ese crecimiento exponencial del monocultivo viene de la mano de la falta de planeación institucional. “El plan de ordenamiento de Salento está vencido, está viejo y permite que llegue el monocultivo de aguacate Hass”, dice Salazar. 

Ese no es del todo el problema para la sobrevivencia de la palma, pero sí para el turismo en Salento. Las palmas son el motivo por el que en temporada alta de turismo más de cinco mil vehículos entran diariamente al Valle del Cocora para recorrer los caminos del área. 

Soy periodista de género en La Silla Vacía y coordino el área de La Silla Cursos. Estudié periodismo en la Universidad de Antioquia en Medellín. Trabajé como investigadora en Hacemos Memoria y en el equipo que está construyendo la política de equidad de género de la Universidad de Antioquia....